En la actualidad, las empresas desempeñan un papel fundamental en el progreso de la sociedad. En su libro Despropósito, Juan Eyzaguirre, Ingeniero Civil UC y MBA/MPA de la Universidad de Harvard, analiza la importancia de que las compañías definan su verdadero propósito, enfatizando por la libertad de cada una para perseguir la sostenibilidad según sus propios términos.
Este enfoque, como Juan Ignacio argumenta, es fundamental para que las empresas puedan adaptarse y evolucionar frente a las cambiantes expectativas de la sociedad, sin caer en el simplismo de seguir marcos regulatorios impuestos externamente.
El Instituto de Directores de Chile conversó con el autor del libro para profundizar en las ideas que expone y entender cómo las empresas pueden encontrar un equilibrio entre la libertad para definir su propósito y las expectativas sociales que se les imponen.
¿Qué te inspiró a escribir despropósito y cuál es el mensaje que quieres entregar?
Lo que me empujó a escribir este libro es, justamente, la percepción de que había una gran confusión sobre cuál es el rol de la empresa y, más aún, quién debe decidir sobre ese rol.
Me parece que es una discusión fundamental, pues la empresa, al final, es uno de los engranajes del mecanismo que empuja al progreso, que es el sistema empresarial, y una mala definición de este rol puede traer grandes amenazas al progreso como lo conocemos. En ello, yo veía justamente imposiciones centralizadas que definían lo que es «bueno» o cómo se debía definir el rol de la empresa, ya sea por parte del Estado, reguladores o de nuevos centros de poder, como grandes administradores de fondos. Muchas veces, en este malentendido, se creaban lo que llamo en el libro el «maniqueísmo empresarial», donde se definen empresas como buenas o malas, verdes o sucias, lo cual es un simplismo, dado que la matriz económica es sumamente compleja, y tildar simplemente algo como bueno o malo es muy difícil. Esto quedó en claro con las primeras taxonomías que publicó la Unión Europea, que tuvo que empezar a corregirlas rápidamente.
Luego, por los grandes conflictos de interés que existen en la empresa, muchas veces, por sus liderazgos, al tratar de obtener mejores reputaciones o aparecer de nuevo como superhéroes de la película, arriesgan no hacer lo que realmente deben hacer: la verdadera sostenibilidad o el verdadero progreso. Intentan engañarse con estos atajos de lo que pareciera ser lo bueno, pero que no necesariamente lo es. Eso fue lo que me empujó a tratar de compartir una mirada de lo que veo que está pasando y tratar de explicarnos cómo llegamos a esto.
Las empresas que acierten recibirán las señales de la ciudadanía, de las personas libres que van a elegir sus productos como consumidores, van a elegir trabajar para ellas como empleados, quizá invertir en sus acciones como ahorradores o inversionistas, o respetarlas como vecinos. Esto va a ir moldeando realmente la verdadera sostenibilidad, que al final es el llamado a servir de la mejor manera posible las necesidades de las personas, de la sociedad.
Aquellas que erren, que se equivoquen, que tengan excesos, que traten de buscar estos atajos, si no rectifican, les va a pasar lo que le pasa a todas las empresas que se equivocan en su camino: decaen y desaparecen. Justamente, esta competencia dentro del sistema empresarial es lo que trae el progreso, que al final es, justamente, la sostenibilidad de la humanidad como la conocemos.
¿Qué ocurre cuando se sugiere que las empresas deben tener la libertad de tomar su propio camino en cuanto a sus acciones y sostenibilidad a largo plazo? ¿Cómo se maneja la situación con aquellas empresas que, sin un marco regulatorio que las guíe y exija, no actúan de manera sostenible?
El marco regulatorio es demasiado complejo para ser decidido por unos pocos que intentan imponer su visión de cómo debe funcionar el mundo.
El verdadero marco regulatorio lo establece la sociedad, a través de sus acciones como consumidores, empleados, inversionistas, vecinos y ciudadanos. Cuando una empresa no respeta su entorno, a sus incumbentes, la sociedad responde: los consumidores dejan de comprar, los empleados renuncian, los inversionistas se retiran, los vecinos protestan. Este es el verdadero marco regulatorio. Es esencial que la empresa recuerde que su propósito es servir a la sociedad, resolviendo los problemas que le han sido encomendados. Un pequeño negocio que deja de cumplir su propósito, como un kiosco que vende productos podridos, inevitablemente fracasa. Lo mismo ocurre con las grandes empresas que, al seguir atajos y cumplir con formularios de ESG sin relación real con su propósito, se engañan a sí mismas y al público, dando una falsa percepción de bondad.
¿Y cuáles crees que son los principales desafíos que tú ves que enfrentan las empresas en materia de sostenibilidad?
Yo creo que uno de los aspectos más importantes es tomar esto en serio. Es decir, la sostenibilidad es la creación de valor a largo plazo, y eso implica una reflexión muy profunda sobre cuál es el verdadero propósito de la empresa: por qué esa empresa existe, qué problema realmente está resolviendo para la sociedad y entenderlo dentro de un marco que es justamente lo que está pasando en la sociedad donde esa empresa está inserta.
Esto es difícil porque implica tiempo, reflexión y, muchas veces, pensar las cosas de manera diferente a como venían sucediendo. Esto no siempre ocurre porque, justamente, directorios o gerentes dicen: “No, la sostenibilidad hoy ya está, rellenemos estos formularios ESG y sigamos haciendo nuestro negocio”, lo que no necesariamente es así.
Siempre van a haber áreas grises en el mundo de la empresa, pero será justamente el criterio, la toma de riesgos y la apuesta por el futuro lo que hará que muchas empresas se equivoquen o acierten. Las que acierten, bien por ellas y nosotros; las que se equivoquen, tendrán la oportunidad de cambiar o simplemente quedarán amenazadas de desaparecer.
En tu libro mencionas la importancia de que los directores y sus empresas, sean agentes de cambio social… ¿Cómo pueden las empresas lograr esta legitimidad social?
Yo diría, más bien, que la empresa, al final, muchas veces está llamada a ser un agente de cambio social. ¿Por qué o qué justifica mucho de este “tironeo” de la empresa? La razón es que se le ha comenzado a pedir muchas más cosas que antes, debido a que hay muchos problemas sociales que no se han resuelto, que presionan mucho o que generan bastante ansiedad. Debido a la des-legitimidad de los liderazgos tradicionales, de las instituciones políticas, muchas veces la gente se vuelca a otros liderazgos, y muchos de ellos los ven cercanos en la empresa: la empresa que produce los productos que compran, los servicios que les ofrecen, o que tiene la tienda cerca, y ven a la gente que lidera esa gran empresa y le empiezan a pedir cosas, le empiezan a pedir justamente que ayuden a estos cambios.
Ahí viene el tironeo. Respecto a los empleados, también hemos visto cómo cada vez más las razones que daban sentido a la vida se han ido cayendo: las grandes ideologías, las religiones, las grandes familias, el sentimiento de nación. Hay un vacío de identidad, y muchos empleados buscan un sentido a sus vidas en su empresa, en lo que hace su empresa. Entonces, le empiezan a pedir estas cosas a la empresa que dice relación la búsqueda individual de propósito en el trabajo.
Lo que propongo es que la empresa tiene una oportunidad. Por un lado, enfrenta un tironeo, pero también tiene una oportunidad como agente de cambio para llevar una proposición que pueda motivar más a sus empleados, a sus consumidores o a sus vecinos por el propósito por el que están trabajando, por el problema que están resolviendo.
Es una oportunidad, porque muchas veces lo que pide parte de la sociedad, alguna gente, es interesante. Sin embargo, hay que ser cuidadoso, pues imponer eso de forma centralizada es muy peligroso, ya que una de las cosas más valiosas del ser humano es que somos todos muy diferentes, y todos tenemos gustos, opiniones y visiones diferentes. Ahí es donde la empresa puede ajustarse a lo que las distintas personas a las que sirve le están pidiendo.
Y de cara al gobierno corporativo de las empresas ¿Qué tipo de formación o conocimiento crees que deben tener los directores para liderar efectivamente este tema?
Yo creo que una cosa importante en la formación de los directores es justamente el entendimiento de cómo funciona el sistema empresarial, cómo las empresas son un eslabón de todo un sistema que, precisamente, se ajusta dentro de la sociedad. Al final, la empresa no es más que una institución social, una jerarquía de personas con un capital que se agrega para resolver un cierto problema de las personas, donde su primer punto de sostenibilidad es poder solventarse financieramente. Para ello, tiene que ofrecer sus productos y la gente tiene que valorarlos, pagando un precio que es mayor de lo que cuesta producirlos. Junto con ello, también debe empezar a pensar en cómo lo hace, en qué ofrece, en qué innovación empuja, y para ello, nuevamente, el rol de la empresa es buscar cómo puede hacer lo mejor posible lo que le está ofreciendo a la sociedad.
Entonces, entender de manera holística este esquema y cómo las distintas instituciones tienen roles en la sociedad, como el regulador tiene un rol, como el Estado tiene un rol, como las personas, la sociedad civil y la empresa tienen un rol, es fundamental. Es muy fácil perderse en este tironeo, y hemos visto múltiples ejemplos de empresas que se meten en temas y áreas que no les corresponden y que las han terminado llevando a problemas de relaciones públicas, grandes crisis de legitimidad, CEO despedidos, directorios despedidos. Por eso, hay que entender nuevamente qué es lo que realmente la sociedad le está pidiendo a la empresa.
¿Cuál sería entonces el rol del director ahí?
Un director o directorio debe entender el contexto social en el que se inserta la empresa y su rol en la sociedad. Un ejemplo es la inflación, que, aunque afecta a la economía y podría llevar a decisiones como reducir precios para satisfacer a los consumidores, esto podría llevar a la quiebra de la empresa, atentando contra su sostenibilidad. Es crucial que la empresa cumpla su rol de manera cuidadosa, aplicando sentido común y diferenciándose adecuadamente.
Un director debe entender temas técnicos, pero lo más importante es tener criterio y sentido común para enfrentar los desafíos que presentan empleados, vecinos, clientes, proveedores y accionistas. Además, es fundamental que comprenda cómo se organizan las instituciones de la sociedad, para no confundirse en los roles institucionales.
¿Cómo crees tú que los directores pueden fomentar una cultura organizacional que valore y priorice la sostenibilidad?
Primero, tomándoselo en serio, pero como una discusión que va, de nuevo, a pensar en qué es lo que le corresponde a la empresa o cómo la empresa va a aportar a la sociedad a 20 años hacia adelante, en el largo plazo. Yo creo que eso es un enfoque, nuevamente, muy profundo, que va a las raíces de por qué esa empresa existe, qué problema está resolviendo, y que va muchísimo más allá de estos atajos que muchas veces vemos para malentender la sostenibilidad, que, de nuevo, nos lleva al despropósito.
Entonces, eso implica reflexión, implica debate, para lo cual hay que darse el tiempo, hay que salir del día a día. Hacerse preguntas difíciles, buscar información, pensar en la historia. Y muchas veces las respuestas son bastante más simples de lo que uno busca, pero en esa simpleza, también muchas veces, las respuestas no son los lemas rimbombantes de «que voy a salvar al mundo», sino que son más aterrizados; el propósito.
¿Cómo ves el futuro de la sostenibilidad en el entorno empresarial global?
Yo creo que hoy día hay un debate global muy interesante y que se ha simplificado en la tensión entre el anhelo de incrementar ganancias y la definición de propósitos. La discusión es sana, pero es más profunda que esa simple dicotomía. De hecho, el verdadero propósito no es excluyente con el anhelo de incrementar las ganancias, lo cual es simplemente el mecanismo en el cual el sistema empresarial y la sociedad diferencian entre ganadores y perdedores. Por ello, creo que hay una confusión, y la única manera de zanjar una confusión es conversar los temas abiertamente.
En este anhelo creo que estamos calibrándonos, estamos re-balanceándonos, y esto tiene relación también con los cambios que está experimentando el mundo, porque la empresa es una herramienta, es una institución social creada para resolver problemas, y los problemas van cambiando. En esto, lo importante es que las empresas, en su conjunto, tienen opciones para ir dando propuestas diferentes. A algunas les va a ir bien, a otras mal, pero lo importante es que sepamos ajustarnos entendiendo que el marco lo entrega la sociedad, las personas. Ahí, va a ser la libertad de las empresas para definir su propuesta, su rol, y la libertad de las personas, en su rol como consumidores, empleados, ahorradores, accionistas, lo que va a ir diciéndole a las empresas: «esto está bien, esto está mal», y se van a ir ajustando.
Por eso, es muy peligroso cuando vienen las imposiciones centralizadas que dicen: «Ustedes todos hagan esto así» o «Yo les voy a decir lo que es bueno», como muchas veces ocurre con los indicadores ESG o con taxonomías regulatorias.
¿Qué cambios esperas ver en términos de gobernanza corporativa y sostenibilidad en los próximos años?
Un cambio que va a suceder, y que creo que es importante, es que cada empresa va a definir qué es la sostenibilidad para ella, como empresa, y qué implica. La sostenibilidad para una empresa de distribución eléctrica no es la misma que para una empresa que produce petróleo. Hay que poner contexto a la sostenibilidad. Cuando pensamos que hay una solución para todos, con un ranking y que todos jueguen el mismo juego, es muy complejo. Que cada empresa aterrice su verdadera sostenibilidad es un cambio que debiese suceder, y creo que, poco a poco, ha ido avanzando en esa dirección.
¿Qué pasa entonces con las pequeñas y medianas empresas que no tienen los conocimientos o herramientas necesarias para llevar a cabo esta sostenibilidad?
Pensar así es pensar de la manera correcta. Una pyme, un almacén de la esquina, por ejemplo, su sostenibilidad se basa en decir: «¿Qué es lo que necesitan mis vecinos, a quienes les estoy tratando de resolver un problema? Pongo mi local, pongo las cosas bonitas y frescas, me preocupo de tener productos para ellos y ayudarlos a vivir mejores vidas». Eso, a pequeña escala, es justamente la verdadera sostenibilidad a gran escala en la gran empresa.