Hace unos días una amiga, líder de una organización que busca potenciar el desarrollo profesional femenino, me invitó a una innovadora iniciativa para la conmemoración del día internacional de las mujeres el próximo 8 marzo. Se trata, según su definición, de un diccionario que incluirá los principales términos y conceptos relacionados al tema de empoderamiento femenino, con el objetivo de continuar visibilizando la situación y estado de avance de los roles de las mujeres en la sociedad.
El concepto que me pidió desarrollar es el de la autonomía económica (de las mujeres), así entre paréntesis lo último. Para mi éste es ante todo un derecho humano fundamental, y me llevó a pensar que aún tenemos tareas básicas como sociedad, incluso antes de seguir hablando de ESG en el mundo corporativo
Uno de los principales logros en el mundo occidental del siglo pasado fue la conquista del derecho a voto por parte de las mujeres, sobre el cual, y aunque hoy nos parezca extemporáneo, en su momento se discutió mucho. Bien adentrados en el siglo XXI la autonomía económica parece ser el próximo y más importante desafío para las mujeres del planeta, y de Chile en particular.
Un desafío no menor, por cuanto tiene implícito otros que son requisito para que podamos gozar de la libertad para definir a cabalidad nuestras vidas. Por ejemplo, el acceso a una educación de calidad, a oportunidades y derechos laborales que nos permitan ejercer nuestras profesiones y oficios sin limitaciones, y la posibilidad de entablar relaciones humanas que nos permitan seguir fundando familias y desarrollar lazos afectivos significativos para nuestra vida, a la vez que realizamos un aporte en la esfera pública.
Según el Informe de brechas de género 2020 de la Subsecretaría de educación superior el porcentaje de matrícula femenina de ese año llegó a un 53%, con tasas de retención de 76% para el caso de las mujeres versus 70% los hombres. Lo anterior nos dice que, descontando los tan comentados problemas transversales que tiene nuestro sistema educativo, el acceso y preferencia por la educación no parece ser el mayor problema para las chilenas.
Donde sí existen múltiples desafíos para poder lograr la ansiada autonomía de las mujeres, es en mundo laboral y en general, en la evolución cultural en nuestro país.
Sin ir muy lejos, se comenta el impacto que tiene para la economía que la participación laboral esté a niveles de tan sólo un 49% para las mujeres, siendo un 70% para caso de los hombres, según el último informe de la Encuesta Nacional de Empleo del INE agosto-octubre 2022. Y que la participación de mujeres en directorios llegue a 15% en grandes empresas del país, ad-portas de un proyecto que pretende elevarla a un mínimo de 40%.
Por otra parte, según datos comparables del Banco Mundial al 2020, Chile tenía una tasa de natalidad de 1,5 hijos por mujer, más baja que el 1,8 de Francia y el 1,6 de EEUU y del Reino Unido, que es también la tasa promedio OCDE. Al cierre de 2022 nuestra tasa decae a un nivel de 1,44.
Los mencionados indicadores, pocos, pero sintomáticos, son muestra de que aún nos queda mucho por hacer en Chile para que más mujeres puedan alcanzar la ansiada autonomía económica. Por lo anterior, este próximo 8 de marzo tengamos presente que en nuestros roles de directores, debemos seguir trabajando por lograr que toda mujer encuentre la manera de desarrollar sus plenas capacidades, en un mercado justo del trabajo y en un ecosistema empresarial que definitivamente y más allá de lo normativo, abra sus puertas al ascenso de las mujeres.
Paula Loyola
Directora de empresas y fundaciones
Revisa la columna de Fadua Gajardo ¿Dónde deben los directorios poner el foco en 2023?.